La mejor manera de tener un personal contento y arraigado con su trabajo es simplemente siguiendo una serie básica de normas éticas y morales, que sigan un curso políticamente correcto, para que pueda coexistir una buena relación.
Si bien no existen fórmulas mágicas para mantener a tus subordinados permanentemente felices, lo ideal es establecer las pautas claras desde un comienzo, así más tarde, no surgen imprevistos y futuras controversias lo cual, lógicamente no beneficia a ninguna de las partes, demostrando con ello una clara poca profesionalidad.
No reconocer los logros de los empleados
Cuando se analizan los hechos ocurridos durante el peor día de las personas en la oficina, hay algo que destaca: los contratiempos. Éstas, son las instancias donde los empleados se sienten estancados en su labor más importante o no pueden hacer ninguna contribución significativa con ella. Así, el deseo del empleado, que disfruta de lo que hace, es básicamente hacer una diferencia. Cuando se trabaja a con el reloj al revés, se termina a tiempo y no se reconoce. Mal hecho.
Bloquear el progreso de los proyectos
Todos los días, serán vistas varias de maneras de inhibir el movimiento sustancial hacia adelante en los esfuerzos de sus subordinados más importantes. Establecer metas es un gran punto de partida para comenzar, pero darles a tus empleados, objetivos contrapuestos, cambiándolos con tanta frecuencia como sea posible, no permitiendo autonomía alguna en las tareas no reflejarán más que efectos destructivos sobre la motivación y el rendimiento laboral, el cual, puede ser verdaderamente dramático.
No reconocer la influencia de las propias acciones en la moral de los empleados
La falta de conciencia es una de las marcas de los gerentes que son más eficaces en la destrucción de vida de los empleados laborales. Por lo general se piensa que estos lo están haciendo bien o muy bien, o que «la moral mala» que puedan tener, sea debido a la personalidad de los empleados infelices alrededor o por la ética de trabajo deficiente. Rara vez se da crédito por la cantidad de sus propias palabras y acciones haciendo imposible que las personas obtengan un sentido de logro.
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