Pobres funcionarios

En este caso, la ironía nos la ahorramos. Y es que si el funcionario era una figura envidiada, con un trabajo fijo, cómodo y buen sueldo, ahora son, ya que no dignos de conmiseración, sí trabajadores cuyas condiciones laborares han empeorado considerablemente. Como las del resto, cierto, pero sólo quien ha tenido y perdido siente la pérdida.

Pérdida de privilegios

Hace unos años, aprobar una oposición era sinónimo de estabilidad laboral y económica. Hoy por hoy, no tanto: los profesores españoles, por ejemplo, han visto como decrecía su salario al mismo ritmo que aumentaba el número de alumnos en cada aula. El personal sanitario, lo mismo, sólo que, en lugar de niños, aumentaban los pacientes en la consulta.

Pérdida de derechos

El empleo público en España ha sufrido un importante retroceso en cuanto a derechos y un gran aumento de obligaciones, exactamente igual que el del sector privado.

Pero la diferencia radica, principalmente, en que vivían como príncipes (valga la adverbial y principesca redundancia), mientras los demás trabajadores lo hacían como, ya que no mendigos, pajes.

Y ahora el funcionario ha visto como perdía sus privilegios, de modo que recuerda a la comparación entre quien nació ciego y nunca vio (el sector privado) y quien, tras poseer los cinco sentidos, pierde la vista: el funcionario, necesariamente, añorará los viejos tiempos.

Lo dicho: pobres funcionarios

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